miércoles, 27 de octubre de 2010

Néstor Zuñiga ¡presente en todas las esperanzas!

Néstor Zuñiga no cayó en combate en El Salvador. Néstor Zuñiga vivió su combate en El Salvador. Lo hizo calladamente. “En silencio ha tenido que ser”. Así fue para tantos compañeros y compañeras internacionalistas que se hicieron pueblo en guerra en la tierra de Farabundo Martí y de Roque Dalton. Tierra de poetas y de volcanes. Pulgarcito de las resistencias.
Néstor Zuñiga es uno de los tantos compañeros y compañeras que tomaron las armas, encendieron sueños, y dieron lo mejor de sí mismos, no por creerse héroes, sino porque así lo sintieron y así lo quisieron. Ellos no cayeron, y seguramente por eso no recibirán algunos homenajes. Pero ellas y ellos no buscaban homenajes. Buscaban la liberación nuestros pueblos, y aun más, buscaban un mundo nuevo.
Néstor Zuñiga no murió en combate en El Salvador. Murió hace pocos días en su Honduras, en la Esperanza, brutalmente atropellado por un fascista que a las pocas horas quedó en libertad. Dirán que fue un accidente. Nosotras diremos que cayó en combate. Porque Néstor nunca dejó de pelear. Como tantas hondureñas y hondureños, Néstor mezcló lo más joven de sus vidas en aquella guerra de todo el pueblo, que podríamos llamar también guerra de todos los pueblos. Y ya no se cansó de hacer revoluciones y animar rebeldías. Néstor ahora cultivaba rebeldías y revoluciones en La Esperanza, como militante de COPINH, como artista y creador, inventando soles y estrellas en las tierras coloridas, para animar nuestra marcha.
Néstor no esperaba reconocimientos personales por su participación en la guerra salvadoreña. Tal vez, si esperó algo, fue que el régimen que surgió de tanta pelea, no le diera la espalda al pueblo hondureño, reconociendo al gobierno golpista de Lobo. Pero eso lo supongo yo, lejos de El Salvador y lejos de Honduras, aunque con mi corazón cerquita de aquellos fuegos que todavía nos queman.
Pienso en el homenaje que le hacen en estos días a los caídos en El Salvador, donde entre ellos (y ellas, claro) está mi hermano Marcelo Feito, el teniente Rodolfo del Farabundo Martí, y tantos y tantas más, regados y sembradas en Chalatenango, y en lugares que nunca conoceré. Por eso, con todo atrevimiento quisiera pedirles a mis compas de El Salvador, que guarden junto al recuerdo de los nuestros y de las nuestras que allí quedaron, la de quienes por allí pasaron, con el silencio como palabra, y con la humildad como estrella.
Quiero decir. Nuestro homenaje también para quienes combatieron, y para quienes siguen peleando, y pintando soles y estrellas, para poner colores al presente nuestro, y al futuro de lucha. Nuestro homenaje para quienes caminan cantando, los senderos del pueblo. Y claro, nuestro homenaje a las caídas y a los caídos, por todas las esperanzas… por las esperanzas de todos. En el Pulgarcito, en los Buenos Aires, en la Esperanza hondureña de cada día.
Claudia Korol / Octubre 2010

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