Por Daysi Flores
Perder a
alguien de la familia (personal o política) acarrea un dolor innombrable e indescriptible. Sobre todo
cuando ese alguien ó esa lucha ha significado una luz en medio de escenarios de obscuridad.
Nadie puede saborear ese dolor en boca ajena, porque en realidad es tan
personal como cada una. Intentar describir esos dolores es una tarea que raya
la ridiculez, no solo porque cada pérdida tiene tantas inflexiones envueltas en
una espiral confusa de sentimientos sino porque además, cada una de ellas está
estrechamente ligada a la otra a través de un punto único de intersección: una
misma.
La fuente de
las pérdidas puede ser tan amplia como las nacientes de las aguas que se
escapan de la tierra, pero ninguna, por más razones que entendamos, es en
realidad explicable para nuestros corazones. Las perdidas nos duelen hasta el
fondo de nuestros corazones sin importar si le damos trascendencia o no. Tampoco
importa la experiencia, y eso lo sé, el número
de pérdidas que una haya enfrentado en la vida solo parece hacer que la
siguiente duela más y no al contrario; porque por alguna loca razón contraria a
la lógica de nuestros mundos, NO nos volvemos expertas en perdidas.
Muchas pérdidas
son abandonos que caen como un limón en las heridas y alimentan nuestros miedos
y fantasmas más escalofriantes, ¡Ja! Los miedos están directamente relacionados
con las pérdidas aunque muchas veces pretendamos esconderlo. Tal vez es por eso
que pretendemos siempre esconderlo porque de alguna manera sentimos que si no
lo nombramos, se irá. Pero no se va! Se queda…permanece.
Nunca pensé que
fuera posible quedarse sin corazón pero las pérdidas te lo quitan, te dejan
vacía, obscura y con miedo. Haber experimentado la pérdida del padre, el
abuelo, la mentora, la madrina, el amigo,
la amante, el novio, la compañera, la amiga… me dejó muchas veces apagada. Como
si mi corazón fuera una vela que se extingue suavemente. Sí, lentamente, como
si los segundos fueran siglos y los minutos se convirtieran en milenios. Pero
al mismo tiempo, el cuerpo sigue funcionando, la vida sigue su curso, nada se
detiene con una. Todo sigue igual: los pájaros cantan, las plantas florecen, la
tierra rota, las niñas y niños sonríen dulcemente como si se burlaran de mí y
mi dolor y mis pérdidas y mis miedos. Cínicamente es claro que la única que se
detiene soy yo.
Debido a las
múltiples pérdidas que me ha tocado vivir, lo único que se ha hecho más fácil
es continuar a pesar de lo elástico del tiempo, pero siguen doliendo profundamente
y a veces duelen más, mucho mucho mucho más que las anteriores. Sobre todo
cuando las pérdidas no solo están acompañadas de miedo, rabia y dolor, sino
también están llenas de una profunda decepción que te revuelve el alma, se te
instala en la panza y te empuja plantearte si ¿valió la pena? Todo el tiempo,
el amor, la ilusión, la emoción, el pedazo de tu corazón que se marcha con esa
persona ó esa organización ó esa lucha… ¿vale la pena?