sábado, 28 de abril de 2012

Pérdidas


Por Daysi Flores
Perder a alguien de la familia (personal o política) acarrea un dolor innombrable e indescriptible. Sobre todo cuando ese alguien  ó esa lucha ha significado una luz en medio de escenarios de obscuridad. Nadie puede saborear ese dolor en boca ajena, porque en realidad es tan personal como cada una. Intentar describir esos dolores es una tarea que raya la ridiculez, no solo porque cada pérdida tiene tantas inflexiones envueltas en una espiral confusa de sentimientos sino porque además, cada una de ellas está estrechamente ligada a la otra a través de un punto único de intersección: una misma.

La fuente de las pérdidas puede ser tan amplia como las nacientes de las aguas que se escapan de la tierra, pero ninguna, por más razones que entendamos, es en realidad explicable para nuestros corazones. Las perdidas nos duelen hasta el fondo de nuestros corazones sin importar si le damos trascendencia o no. Tampoco importa la experiencia, y eso lo sé,  el número de pérdidas que una haya enfrentado en la vida solo parece hacer que la siguiente duela más y no al contrario; porque por alguna loca razón contraria a la lógica de nuestros mundos, NO nos volvemos expertas en perdidas.

Muchas pérdidas son abandonos que caen como un limón en las heridas y alimentan nuestros miedos y fantasmas más escalofriantes, ¡Ja! Los miedos están directamente relacionados con las pérdidas aunque muchas veces pretendamos esconderlo. Tal vez es por eso que pretendemos siempre esconderlo porque de alguna manera sentimos que si no lo nombramos, se irá. Pero no se va! Se queda…permanece.
Nunca pensé que fuera posible quedarse sin corazón pero las pérdidas te lo quitan, te dejan vacía, obscura y con miedo. Haber experimentado la pérdida del padre, el abuelo, la mentora,  la madrina, el amigo, la amante, el novio, la compañera, la amiga… me dejó muchas veces apagada. Como si mi corazón fuera una vela que se extingue suavemente. Sí, lentamente, como si los segundos fueran siglos y los minutos se convirtieran en milenios. Pero al mismo tiempo, el cuerpo sigue funcionando, la vida sigue su curso, nada se detiene con una. Todo sigue igual: los pájaros cantan, las plantas florecen, la tierra rota, las niñas y niños sonríen dulcemente como si se burlaran de mí y mi dolor y mis pérdidas y mis miedos. Cínicamente es claro que la única que se detiene soy yo.

Debido a las múltiples pérdidas que me ha tocado vivir, lo único que se ha hecho más fácil es continuar a pesar de lo elástico del tiempo, pero siguen doliendo profundamente y a veces duelen más, mucho mucho mucho más que las anteriores. Sobre todo cuando las pérdidas no solo están acompañadas de miedo, rabia y dolor, sino también están llenas de una profunda decepción que te revuelve el alma, se te instala en la panza y te empuja plantearte si ¿valió la pena? Todo el tiempo, el amor, la ilusión, la emoción, el pedazo de tu corazón que se marcha con esa persona ó esa organización ó esa lucha… ¿vale la pena?